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Icono de Payasospital: ojos y nariz de payaso

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Diario de un clown de hospital

Su Santidad

Teníamos la información necesaria para golpear la puerta de la habitación. Laia de 12 años era un nuevo diagnóstico oncológico. Nos dirigíamos hacia allí con paso acompasado, dispuestos a hacer nuestra intervención, cuando unos metros antes de llegar advertimos unos gritos. No parecían de dolor, sino de rabia y frustración. Nos detuvimos un instante a escuchar. Efectivamente venían de esa habitación y a juzgar por el timbre de voz serían de Laia. En ese momento la puerta se abrió con energía. Era su padre. Al vernos detuvo esa prisa que llevaba para mirarnos de arriba a abajo con perplejidad ¿Dos payasos de pie en la puerta de la habitación? Enseguida le explicamos que estábamos para visitar a su hija. Él, muy amable, nos dejó la decisión de entrar, advirtiéndonos que Laia estaba un poco irascible. Había sido una mañana de muchas noticias y no precisamente de las buenas. Mi compañero Càpsulo (Jaume Costa) y yo nos miramos y dijimos: “Lo intentamos, a ver qué pasa”.

Tras el visto bueno de la madre, que estaba sentada en un sofá intentando calmar a su hija, entramos despacio, muy tranquilos, jugando a dudar de haber llegado al lugar correcto y a la vez sorprendiéndonos con los objetos que veíamos. La joven paró de gritar, seguramente por educación, y se quedó sentada en la cama con el ceño fruncido de enfado. Seguimos un poco el juego hasta cruzar miradas los tres, pero Laia parecía decirnos: “Haced lo que queráis, estoy con esta emoción y no la voy a cambiar”. Probamos con un par de tropiezos, algún despiste, alguna pregunta, pero nada.

En eso estábamos cuando llegó la pieza que faltaba, el papá de Laia, que abrió la puerta con la misma energía de antes y otra vez la sorpresa al vernos, esta vez dentro de la habitación. Muy resuelto se apresuró a presentarse extendiéndonos la mano: “Hola, soy el papá”.

Nuestra reacción fue casi al unísono. “Su Santidad”, exclamó Càpsulo. “Pero qué guapo y fornido vino hoy”, exclamé yo mientras me acercaba de manera fallida a besarle las manos, los pies o lo que fuera. Fue en ese momento, con su papá en escena, cuando Laia sacó su primera sonrisa, evidentemente lo necesitaba ahí. El padre al verla también sonrió y no dudó en entrar de lleno en nuestro juego. Lo hizo de lujo. No recuerdo bien los delirios que se fueron sucediendo, pero acabamos improvisando un concierto de rock dedicado al Papa, con la madre como mayor fan de nuestro dúo. En un momento estaban los tres sentados en la cama dispuestos a aguantar que Càpsulo se lanzara sobre ellos, lo cual no pudo ser, ya que antes se le cayeron los pantalones. A esa altura la chica estaba tumbada en la cama, pero de risa. Con el ritmo de la música dejamos la habitación. Ya en el pasillo se seguían escuchando las risas y a Laia y su mamá que repetían: “Ay qué bueno, qué bueno”. Poco a poco llegó la calma a la habitación con un aire renovado y distendido para arremeter con lo que viniera. La broma continuó un buen rato, pues cada vez que pasábamos saludábamos a Su Santidad y Laia sonreía. La puerta ahora estaba abierta.

Lucho Murabito (Enfermero Lolo Paracetamolo)